martes, 15 de mayo de 2018

Olor a vainilla.


Me enamoré de ella porque era inevitable porque, tal vez, habría visto alguna mujer más guapa, pero nunca una más bonita. Porque ninguna tenía su poder de hacerme sonreír, ni su olor a vainilla, ni su formal de desordenarme la vida y ser capaz de poner todo patas arriba y que eso me encantase. Ni tampoco su manera de hacerme el amor sin prisas y a cada instante. Me enamoré de ella y de su forma de vida. Y volvería a hacerlo cada día.


ELLA

Ella es un huracán de verano capaz de volar por los aires mis planes, mis miedos y de hacerme olvidar hasta mi nombre. Ella es una mirada magnética, de esas que te hacen poco a poco caer en su red y sentir que no hay mejor lugar que entre sus piernas. Ella es pura belleza y eso que lo que se ve es solo una pequeña muestra de lo que guarda en su interior, de lo que ves solo cuando desnudas de corazas. Ella es un viernes por la tarde, el viento del sur golpeándome en la cara, labios con sabor a sal, arena en la piel, melenas al viento y la sonrisa perfecta. Ella es el remedio contra los domingos eternos y aburridos, el mejor plan posible, el único plan de mi vida con nombre propio y del que nunca me cansaré. Ella es mi todo sin ser nada mío, sin entender de normas ni leyes, salvaje y bestial, pero a la vez tierna y cariñosa. Ella. Solo ella. Siempre ella. 

Un lugar llamado Destino.

Aprendí que en ocasiones la vida te quiere enseñar una lección, arrebatándote de las manos aquello que más quieres y aprecias, para que te des cuenta de lo que verdaderamente es más importante y luches por ello, porque las cosas no llegan para los que esperan, sino para los que salen a su encuentro y van a por ellas.